Hoy me encontre con este largo texto y lo comparto, aunque su lectura es extensa.
POR
QUE RESULTA DIFICIL PROGRESAR EN AJEDREZ(Pensamiento ajedrecístico
convertido en letras que juegan dentro de La Carpeta de Vladimir)
Seguramente todos hemos pensado en alguna ocasión, o muchas en distintos
momentos, por qué nos hemos estancado en un nivel de juego, del que no
logramos avanzar y generalmente, tampoco retroceder, dándose
puntualmente picos hacia arriba o hacia abajo para, al poco tiempo,
volver al nivel previo. También observamos, con cierto consuelo, cómo
esto no nos ocurre solo a nosotros sino a la mayoría de jugadores,
independientemente del nivel particular en que se encuentre cada uno. De
aquí deducimos que si nos pasa a todos, es que funciona así y es algo
normal... pero, ¿realmente lo es?
Antes de seguir, hagamos una
breve descripción, que no por obvia resulta innecesaria, de este
juego-deporte y sus características distintivas, que condicionarán sin
duda los motivos posteriores:
1 - Es un deporte individual.
2 - Consiste en una actividad mental.
3 - Se juega contra alguien.
Posiblemente sean muchas las causas y de muy diversa índole las que
provocan estos estancamientos; algunas parecen evidentes; otras no lo
son tanto. Vamos a intentar analizarlas desde diferentes perspectivas;
el estudio y la introspección que hagamos de ellas, nos podrá ayudar a
subir algún peldaño que se resiste.
Aunque según el nivel de ELO
del que partamos, las causas concretas podrán ser unas u otras, en
general y para todos los niveles, podríamos clasificarlas en 2 grandes
grupos:
• A) Puramente ajedrecísticas
• B) Psicológicas
Vamos a desglosar cada una de ellas para comprobar cuáles nos afectan y
cuáles no. Muy probablemente, cada jugador se verá reflejado en
algunas, y otras las dará por superadas.
A) Puramente ajedrecísticas
1 – Gradualidad. La primera sería de orden progresivo. Hay que
entender, que a medida que vamos subiendo nuestro nivel, también y por
motivo de los sistemas que se suelen utilizar para los emparejamientos
de las rondas en la mayoría de torneos (sistema suizo, como ejemplo más
claro) o por nuestra propia evolución, los contrincantes serán
progresivamente de mayor entidad; esto, en la práctica, significa que,
aunque vamos a seguir ganando algunas partidas de una manera más o menos
“fácil”, estas, cada vez se darán con menor frecuencia. Porque a un
bajo nivel, muchas partidas se ganan por los errores del contrario, es
decir, más por deméritos del rival que por méritos propios. Esto sería
comparable a los “errores no forzados” del tenis.
Esto implica que,
aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, cuanto más nivel se
tenga, menos “errores no forzados” habran, lo que obligará a mayores
méritos nuestros. En niveles básicos, muchas veces no tan básicos, pero
también en niveles intermedios, estamos acostumbrados a oír expresiones
como “se ha dejado un peón”, “no ha visto que le caía una pieza”, o
similares; pero con la propia progresión, observamos que nuestros
rivales no se dejan peones, ven que les puede caer una pieza y lo
evitan, y así sucesivamente.
Lo que viene a decir, que, por más que
mejoremos nuestro nivel, nuestros rivales también lo harán; lo que
implícitamente conlleva a muchos estancamientos parciales... aunque
superables con esfuerzo.
2 – Aprendizaje. El ajedrez, como
cualquier otra actividad, requiere tiempo y sobre todo, aprendizaje.
Cuando alguien decide iniciar una carrera universitaria, sabe de
antemano que necesitará dedicarle 4 o 5 años para obtener la
licenciatura, o quien pretenda aprender un oficio deberá hacer los
cursos correspondientes; una vez conseguida la cualificación necesaria
podrá empezar dicha actividad...pero no será el mejor, y probablemente
tampoco estará entre los destacados; simplemente podrá ejercer esa
actividad; pero si pretende mejorar, deberá seguir estudiando o
practicando. El ajedrez no es muy distinto; la única diferencia es que
no hay unos estudios reglados con una duración determinada; por lo
tanto, para el progreso será necesario el estudio adecuado de aperturas,
medio juego, finales, conceptos, etc; estudio que hoy día, y las nuevas
generaciones lo atestiguan, es bastante más accesible por la ingente
cantidad de información disponible, por los fortísimos programas
informáticos y por la inmediatez que suponen los avances tecnológicos
relativamente recientes; y también, por qué no decirlo, porque con el
paso de los años, se ha desarrollado una vasta y extensa teoría de
aperturas y finales, de las que nuestros antepasados carecían...
precisamente porque la estaban creando.
Una vez logrado esto,
podremos decir que jugamos al ajedrez, es decir “podremos ejercer”,
jugar campeonatos, divertirnos si nos gusta... pero no seremos jugadores
de ajedrez; para serlo, habrá que empezar a tomárselo en serio, y para
ello resultará imprescindible el estudio constante y más en profundidad
de todos estos temas. ¿Hasta qué punto cualquiera de nosotros está
dispuesto a realizar ese esfuerzo?. De la respuesta a esta cuestión
dependerá el progreso que se experimente.
3 – Conceptual. De todo
el estudio necesario referido en el punto anterior, seguramente haya un
aspecto fundamental que prioriza sobre los demás. Y es el relativo a
los conceptos, en una doble vertiente. En primer lugar, el comprendido
respecto a los distintos temas conceptuales, entre los que podríamos
nombrar, estructuras de peones, peón aislado, alfil bueno/malo, etc. Lo
importante es saber cómo se juega cada cosa, pero sobre todo, por qué;
es decir, por qué en una posición determinada hay que colocar las piezas
en unas casillas y no en otras, o saber por qué es más lógico atacar un
flanco que el otro, entre muchos ejemplos.
Y es importante,
porque, en función de esos conocimientos, será bastante más fácil
establecer el plan adecuado para la posición. En la medida de lo
posible, sería deseable jugar siempre con un plan; esto a primera vista,
puede parecer obvio, pero muchos jugadores, especialmente en niveles
bajos/medios, juegan por impulsos, con pequeños planes consistentes en
algunas amenazas...y que al cabo de pocas jugadas se modifican porque no
se preveyó lo suficiente el juego del adversario.
Y en segundo
lugar, y como consecuencia del primero, sería el ensamblaje de todos y
cada uno de los diferentes temas concretos, que se conformarían de una
manera más amplia en una unidad conceptual, y determinarían la
comprensión del juego como un todo. Hay que precisar que esta unidad
conceptual, compendia dos procesos diferentes pero simultáneos: El
primero se refiere a la unión de varios temas en uno solo más global. En
tanto el segundo habría que entenderlo en cuanto a la temporalidad del
juego, es decir, de la forma en que se dispongan las piezas al principio
de la partida (apertura/estructura de peones) y las que se intercambien
con las del adversario, dependerá y condicionará tanto el medio juego,
como los finales resultantes de esa disposición. Por tanto, el
razonamiento lógico consistiría en un planteamiento inicial, acorde con
el plan posterior que queramos realizar, pero teniendo en cuenta al
mismo tiempo, los posibles finales que se derivarán de todo este
proceso; si se logra este objetivo, el resultado será un todo armonizado
en el que cada jugada, será consecuencia de la anterior y causa de las
próximas.
Así pues, solo será posible progresar en tanto en cuanto
comprendamos el sentido de lo que estamos haciendo desde un punto de
vista global (aunque la dificultad para lograrlo será mucho mayor que la
facilidad en describirlo).
4 – Corroboración. Relacionado con el
apartado anterior. En el ajedrez, como en la mayoria de actividades,
tanto el aprendizaje como su posterior traducción -la comprensión-,
suelen darse de forma gradual; podríamos comparar la totalidad de su
evolución a una escalera, donde hay un rellano inicial, que en este caso
sería asimilable al simple conocimiento del movimiento de las piezas,
sus posibles capturas y la transformación de peones en otras piezas
cuando coronan. Es el primer contacto con el mundo del ajedrez y sus
reglas; sabemos cómo se mueven estas piezas así como lo que representa
cada una de ellas (rey, torre, peón, etc); pero no sabemos jugar; es
decir, no comprendemos aún cómo se relacionan entre ellas y mucho menos
por qué.
A partir de aquí, nos encontramos frente a una enorme
escalinata, desde donde solo somos capaces de ver unos cuantos peldaños,
solo los más próximos. En este momento los consideramos útiles y
necesarios; también es el momento en que no solo sabíamos de su
existencia, sino que además, deseamos con toda ilusión empezar a
subirlos. Y los subimos; pero excepto una pequeña minoría, formada
generalmente por niños que disponen de profesores/entrenadores, los
demás, lo hacemos con cierto desorden; así, después de subir hasta el
quinto escalón, retrocedemos al segundo, para pasar luego al cuarto,
revisitar el tercero y seguir hacia el sexto.
En este largo
trayecto, asimilamos algunos conceptos, creemos que hemos asimilado
otros (aunque la práctica nos demuestra frecuentemente que no), pero aun
así, progresamos. A veces, puede suceder, que después de un largo
recorrido (variable en tiempo y diferente para cada persona), al subir
el último peldaño del tramo, nos encontramos en un nuevo rellano; pero
este es distinto de los demás; es demasiado ancho y extenso, muy amplio,
tanto, que no vemos que haya más escalera; y aquí, aunque la mayoría
desconfía, unos pocos creen que han llegado al final; la misma práctica
de antes les demuestra su error; el problema estaba en que la escalera
seguía efectivamente su curso, pero la amplitud de lo que parecía una
planta entera unido a su precipitación, les impidió ver por dónde seguía
el camino.
Pues bien, todos y cada uno de los sucesivos
estancamientos a los que aludíamos al inicio del capítulo y que vamos
sufriendo en nuestra vida, se corresponden a estas paradas en el camino,
donde no somos capaces de ver cuál es el rumbo adecuado; esto, junto
con otros factores analizados en el apartado siguiente (psicológicas). Y
el resultado de ambas cosas determinará generalmente el tiempo que
tardaremos en superarlos, o no.
A medida que se va subiendo, también se van abriendo diversas posibilidades:
a) Jugadores que en un determinado momento y por la dificultad
creciente que entraña el mismo juego, deciden voluntariamente que ya
saben lo suficiente como para poder jugar y entretenerse; y no aspiran a
más, simplemente divertirse.
b) Otro grupo probablemente más
numeroso, que aun siendo conscientes de las dificultades, siguen
intentando subir, pero lo hacen interrumpidamente porque compaginarlo
con trabajo, familia, actividades, supone un freno considerable para su
progresión.
c) Y un tercer grupo que da una prioridad más relevante a
esta disciplina y siguen con una fuerte voluntad. De este grupo saldrán
los que en un futuro puedan llegar a profesionales del ajedrez.
Pero en cualquier caso, lo que se constata, es que este es un proceso
evolutivo; el hecho de haber comprendido una apertura, un tema concreto
del medio juego u otro aspecto determinado del juego, nos lleva con el
tiempo a interiorizarlo, esto es, ya no es necesario pensarlo sino que
empieza a formar parte del pensamiento, y su puesta en práctica es
automática, mecánica; supone una introyección conceptual que deviene en
rutina, de tal forma que una vez adquirida ya no se perderá. Dicho de
otra manera, es una escalera, sí, pero solo hacia arriba.
Es en este
sentido como hay que entender la corroboración antes mencionada;
podemos comprobar en cualquier momento si algún tema determinado nos
pertenece ya, o todavía no; simplemente pensándolo echando la vista
atrás; si no nos hace falta y nos parece obvio planteárnoslo, es que
efectiva y definitivamente, ese concepto es nuestro, forma parte de
nosotros. Para entender mejor esta idea, deberíamos tomar como ejemplo
la lectura; aprender a leer consiste básicamente en poder pronunciar
juntas varias letras (independientemente de si se comprende su
significado o no); al principio hay que hacer un esfuerzo, pero después,
cuando vemos escritas una serie de letras o palabras, escapa a nuestra
voluntad decidir si hacemos algo con ellas o no...simplemente las
leemos, queramos o no.
Así, si en cualquier momento en nuestro aprendizaje del juego aparecen dudas, habrá que seguir intentándolo.
5 – Paciencia objetiva. Versus precipitación. Todos hemos observado
que, una vez hecho el planteo de la apertura, siempre que hayamos jugado
correctamente y nuestro adversario también, la posición resultante es
de una aproximada igualdad. Los dos bandos tienen sus piezas situadas
adecuadamente, conforme a la teoría, de manera que el juego está
equilibrado. A partir de aquí, cada jugador intentará seguir con los
planes derivados de dicha apertura, los cuales a su vez, serán
contrarrestados por su oponente. Pero en muchas ocasiones, llegados a
este punto y analizando la posición, nos encontramos con que, a pesar de
contar con una estructura armónica y la ubicación perfecta para cada
pieza, cualquier plan o idea que se nos ocurre para prosperar, no es
realizable por alguna réplica contraria; esto generalmente, sucede con
mucha más frecuencia jugando con las piezas negras, dado que el tiempo
de menos que llevamos en relación a las blancas, determina por ejemplo,
falta de espacio, posición restringida, etc., que, aunque sea inherente a
varias aperturas, no por ello entraña menos dificultad. ¿Y ahora qué?,
¿qué hacemos?, ¿cómo seguimos?
Pues bien, este es el punto al que
queríamos llegar y que da pie al título del apartado. Si por ejemplo,
estamos jugando con blancas y tenemos en la posición, ventaja de
espacio, puede resultar más o menos fácil ir mejorando la disposición de
las piezas aunque no se vea un plan concreto para romper la posición
adversaria o adquirir algo de ventaja; simplemente se puede seguir
jugando esperando a que el rival defina su estrategia para atacarla.
Jugando con negras, a veces, esto no es posible, especialmente si
nuestra posición es algo o muy restringida, aunque estemos en igualdad.
Por tanto, estudiamos objetivamente la posición, analizamos los dos o
tres planes que tenemos en mente, observamos que no son viables,
empezamos a analizar esa idea “loca” que ha pasado corriendo por nuestra
imaginación, vemos con cierta preocupación que aún es peor que los
primeros planes, nos vamos cargando de tiempo, volvemos a analizar los
planes previos por si logramos encontrar una refutación que a su vez,
refute la que encontraría nuestro adversario, caso de jugarlo, pero
sigue sin funcionar; entonces, ¿qué jugamos?... porque algo tenemos que
hacer; y llegados aquí, decidimos finalmente, que vamos a romper por b4
(por ejemplo), porque, sí, es verdad que es muy arriesgado, y más si el
contrincante hace la jugada que no nos gusta nada...pero como algo hay
que jugar, incurrimos en uno de los errores más frecuentes y que
proporcionan más ceros en nuestros resultados: La precipitación.
Esto generalmente, se produce por la fusión de dos ideas que siempre
tenemos presentes porque están en el “abc” de los manuales de ajedrez y
las hemos oído y nos las han repetido millones de veces; por una parte,
“no se pueden perder tiempos”, y por otra “siempre hay que tener un
plan”; así, se deduce fácilmente que siempre y en todo momento vamos a
tener que realizar una jugada que se corresponda con un plan. Bien, pues
vamos a decirlo claramente: Esto es un error. Un error grave; y que
cuesta muchísimos puntos. Para explicarlo, vamos a ir por partes;
obviamente las dos ideas por separado son ciertas; también lo son juntas
en general... pero no siempre; en según qué situaciones, cuando los
distintos planes para prosperar no funcionan, simplemente será
preferible no llevarlos a cabo (al menos, de momento, por supuesto); lo
correcto consistirá en ir haciendo jugadas que, aunque no mejoren la
posición, básicamente no la estropeen; y todo ello con un objetivo,
esperar a que sea nuestro rival el que pierda la paciencia y decida
romper la posición; en ese momento, si su plan es neutro, nuestras
piezas seguirán bien dispuestas para contrarrestarlo; pero si es malo
(no viable), lo aprovecharemos para tomar ventaja.
Esto quiere
decir, que en determinadas ocasiones, resulta mucho más provechoso
esperar el error rival, que preponderar un supuesto acierto nuestro.
Porque a fin de cuentas, el ajedrez es un juego estratégico, y lanzarse a
por la partida cuando no se puede, suele ser un suicidio, a pesar de
que alguna vez nos pueda salir bien; se podrá argumentar que hay que
tener ambición para ganar, y efectivamente así es, pero no es menos
cierto, que siempre será preferible un empate esporádico con un rival
inferior, a varios “ceros” intentando ganar.
Por lo tanto, podemos resumir este apartado en lo siguiente: Si no se puede... no se puede... y además es un error.
6 – Talento. Sí, finalmente el talento. Casi en último lugar. ¿Tiene
mucha o poca importancia? Podríamos responder ninguna... o toda. Las dos
afirmaciones son ciertas; dependerá de cómo afronte cada jugador esta
circunstancia y la medida en que se vea condicionado por ella.
Antes
de seguir adelante, quizás deberíamos preguntarnos qué es el talento.
Podemos considerar que, talento, es aquella capacidad intelectual innata
que posee un individuo para realizar una determinada actividad (o
varias pero generalemente una) mejor que sus compañeros de género; es
decir, una cierta predisposición, variable en intensidad, que le
determina favorablemente hacia una comprensión mayor en esa actividad
concreta, y que le supondrá en la práctica, unos beneficios superiores a
la mayoría, aun con un menor esfuerzo. Por tanto, como capacidad innata
que es, no es posible aprenderla, ni mejorarla, ni educarla; o se
tiene, o no se tiene, y si se tiene, será en el grado que sea. Dicho de
otro modo, al estudio y aprendizaje que de una materia haga cualquier
persona, tendrá que añadirle un plus, si lo posee : el talento.
Por
eso, mencionábamos al principio que su importancia es relativa; y ello,
por cuanto, en primer lugar, cada uno, tendrá que interrogarse sobre si
se considera portador o no de esa virtud (cuestión nada fácil para
muchos individuos por motivos tratados en el apartado B); de su
respuesta podrán ocurrir dos cosas :
a) - Que dicha respuesta sea objetiva.
La persona (independientemente de su condición de jugador) que posea
las cualidades necesarias para ser objetiva, habrá logrado determinar,
qué nivel posee y en qué grado lo sitúa; la aceptación de esto
probablemente le llevará a definirse de manera más crítica hacia el
resultado que puede esperar de su esfuerzo.
b) - Que dicha respuesta no sea objetiva.
Normalmente implicará una sobrevaloración de las propias facultades
(también puede darse el caso inverso pero es menos habitual; y de
producirse, en un breve lapso de tiempo, el jugador se haría consciente
de ello y pasaría por tanto, a formar parte del grupo anterior). Y
ocurrirá, ya sea por falta de desarrollo personal (básicamente por esta
razón), o por no acotar diferencialmente su impregnación con el estudio
(pero en este caso, también sería breve y pasaría posteriormente a
formar parte del grupo anterior). Sea por lo que fuere, esta incapacidad
le llevará a tratar de suplir su carencia con más estudio y más
aprendizaje, pero el esfuerzo realizado, no se corresponderá con el
resultado obtenido; y en la medida en que el jugador persevere en sus
intentos, cada vez habrá un menor o nulo resultado...derivado de sus
propias limitaciones. Esto, a su vez, provocará ineludiblemente una
frustración constante, que intentará paliar con más estudio y
dedicación...y que le llevará a una frustración aún mayor al comprobar
que no obtiene lo que pretende. Y también probablemente, se extenderá
en su vida personal por falta de madurez, lo que provocará a su vez, que
aún ahonde más en estos intentos infructíferos. Y esto será así hasta
que la propia evolución personal, le permita formar parte del primer
grupo arriba mencionado.
7 – Voluntad de ganar. Esta
característica, la incluimos como última de este apartado, aunque
también podría formar parte del grupo siguiente, por cuanto sus razones
íntimas, se solapan con los motivos psicológicos; pero seguramente deba
estar necesariamente en este apartado, pues de su tenencia, dependerá el
máximo progreso.
Cualquier persona que juegue al ajedrez, lo hará y
así lo afirmará, porque le gusta; generalmente, cuando entramos en
contacto con este juego-ciencia, la pasión implícita que suscita, es de
tal rango, que una gran mayoría de los principiantes acaba por
convertirlo en una de sus aficiones preferidas, sino la que más. Como
tal, lo consideramos al poco, un placer lúdico que nos satisface; y
para muchos, esta será la motivación básica. Los que progresen, añadirán
a la anterior, la motivación por ganar. Pero serán muchos menos, los
que además, tengan la voluntad de ganar. Con este concepto nos referimos
a querer ganar, tanto si se puede como si no se puede; o dicho de otro
modo, no aceptar tablas cuando la posición es de tablas, o no aceptar
que se está perdido cuando se está perdido. Esto provoca una lucha más
intensa en este tipo de situaciones, independientemente del nivel que se
posea, lo que revierte en la obtención de más puntos... puntos que no
se lograrían sin esta característica.
Y decimos característica y no
virtud, porque no está claro que lo sea; o más concretamente, lo sería
desde un punto de vista estrictamente ajedrecístico, pero no en cuanto a
desarrollo personal, porque hay una disonancia evidente si trasladamos
este aspecto a la vida cotidiana; podría ser argumentable el hecho de
que no por producirse en un ámbito, necesariamente tenga que
extrapolarse al conjunto de la vida, pero también lo es que,
generalmente, cualquier individuo, tiene unas pautas propias, unas
formas de comportamiento, que aplica a su vida de manera genérica, con
lo que, disociarlas, resulta extremadamente complicado para la inmensa
mayoría de la población.
Llegados aquí, podemos comprender que
casi todos los puntos anteriores, son identificables y por lo tanto,
susceptibles de ser modificados con una adecuada predisposición; y ello,
porque corresponden puramente al ámbito del ajedrez.
En cambio, los
siguientes, aumentarán en complejidad porque pertenecen básicamente a
aspectos de la personalidad, aunque se interrelacionen directamente con
el mundo del tablero.
B) Psicológicas
Vamos a desarrollar
primero las que aun siendo de naturaleza cognitiva, están más
directamente vinculadas con aspectos del juego; posteriormente
analizaremos las más relacionadas con la personalidad premórbida.
Entre las primeras, vamos a destacar:
1 – Déficit de atención y/o concentración. Se traduce en la práctica,
en la dificultad que experimentan algunas personas en mantener esta
atención en el tablero, por encima de las cosas que pasen a su
alrededor; quizás el ejemplo más claro lo veamos en el ruido que suele
haber en la sala de juego, que a unos, apenas les afecta, pero a otros
les distrae constantemente. Podemos establecer que, a más concentración,
menos afectación de aspectos externos.
Pero también se observa otra
dificultad añadida a la anterior, y es la que repercute directamente en
el cálculo de variantes. Efectivamente, cada vez que meditamos una
jugada, estamos calculando también las que vendrán a continuación, y
esto, a su vez, diversificado en varias sub-variantes; por lo tanto,
podemos deducir fácilmente que el jugador con problemas de
concentración, a menudo se dispersará, se perderá en los análisis y
deberá repetirlos dos, o más veces.
2 – Memoria. Que implica
recordar lo que previamente se ha aprendido. Lo vemos principalmente en
aperturas y finales; en muchas ocasiones hemos estudiado variantes
concretas de determinadas aperturas, que cuando se nos presentan en la
práctica, no somos capaces de recordar, o al menos no del todo,
especialmente si, como suele pasar, ha transcurrido mucho tiempo entre
las dos circunstancias; muchas veces, el resultado final es una mezcla
de variantes que acaba en derrota. Asímismo, este proceso también se
presenta en finales ya estudiados pero pocas veces jugados, en los que
en el momento de la verdad, no atinamos con el proceso correcto.
Aunque afecta en cierta medida a todos los individuos, puede haber
diferencias significativas en cuanto a la capacidad retentiva de cada
uno, especialmente debido a las particulares estructuras de pensamiento;
algunas personas tienen mayor facilidad en estudiar textos, pero en
cambio, en otras, predomina la memoria fotográfica, es decir, tendrán
mayor sensibilidad en el recuerdo visual de las posiciones.
En
cualquier caso, existen reglas nemotécnicas a las que se puede acudir y
que facilitan la fijación previa y posterior evocación de estos
recuerdos.
3 – Inseguridad. O falta de confianza en uno mismo; se
observa en varios aspectos. Primeramente, porque estos jugadores,
repasan una y otra vez las variantes que acaban de analizar porque nunca
están seguros que sean correctas; la repercusión directa que conlleva
revierte en los apuros de reloj; malgastan tiempo que luego necesitan y
del que ya no disponen.
En segundo lugar, cuando juegan con rivales
de mayor entidad que ellos y obtienen ventaja, y más aún si esa ventaja
es muy significativa, les cuesta creer que lo que están logrando sea
posible; en el momento en que son conscientes de ello, extreman las
precauciones, se vuelven temerosos, y ese miedo provoca una distorsión
de la realidad de lo que está sucediendo en el tablero, que les hace ver
amenazas donde no las hay; el resultado de todo este proceso se suele
traducir en un error de bulto, incoherente con el desarrollo de la
partida, que lleva a la derrota, a veces de manera inmediata.
Estos
errores, inesperados, exagerados y disonantes, esperaríamos encontrarlos
a priori, solo en jugadores de bajo y medio nivel, aunque también es
cierto que, en este grupo de jugadores, podrían producirse simplemente
por motivos ajedrecísticos. Pero lo más sorprendente es que ocurre
prácticamente en todos los niveles, incluidos grandes maestros (y en
este grupo, obviamente no es posible pensar en las razones del grupo
anterior); y además, casi invariablemente, este error siempre aparece en
el jugador más débil (aunque este “jugador débil” pueda tener 2.500
puntos de ranking ELO); con lo que parece muy probable, que aun en
jugadores muy fuertes, se produzca esta inseguridad.
4 –
Perfeccionismo. Muy relacionado con aspectos obsesivos de la
personalidad. Se trata de encontrar siempre la mejor jugada que
corresponda al mejor plan (quizás también para ser la mejor persona que
nunca se equivoca); en general no es posible encontrar lo mejor en todo
momento; y tampoco es deseable buscarlo, porque estos análisis
exhaustivos de planes y jugadas, llevan a malgastar una cantidad enorme
de tiempo de nuestros relojes, que luego llevan a su vez a unos apuros
de tiempo brutales... en los que, entonces sí, ya es posible realizar
cualquier jugada aceptable, simplemente porque no hay más remedio. Sería
aconsejable moverse entre esto último y lo primero, sin abusar ni de lo
uno ni de lo otro.
5 – Pérdida de atención. Lo conocemos vulgarmente como despistes o lapsus. Se producen de 2 maneras:
5.1 – En primer lugar, los que se derivan propiamente del juego.
Ejemplos de esto, serían, una pieza que durante muchas jugadas ha
permanecido defendida, en algún momento de la combinación que
mentalmente iniciamos, deja de estarlo pero la seguimos percibiendo como
si lo estuviera; o secuencias donde no es posible una jugada porque se
refuta con una “descubierta”, pero que también, en algún momento, deja
de existir y lo omitimos. Habrían muchísimos más. Estos errores se deben
a que se conserva en la memoria una determinada situación de las
piezas, estableciendo como inmutables la posición de algunas que no lo
son.
5.2 – Hay otro tipo de despistes, bastante habituales, que se
dan generalmente en posiciones de tablas, con bastantes o muchas piezas
sobre el tablero (es decir, no finales), donde un bando, tiene dos, o
como mucho tres posibles maniobras para lograr ventaja, pero su rival
las contrarresta con las jugadas adecuadas...y no hay más; es frecuente
ver cómo, si el jugador que tiene esas posibilidades es de nivel
superior a su adversario, irá probando esas variantes que su contricante
refutará; una vez comprobado que así no logra su objetivo, volverá a
empezar esas tentativas pero intercalando jugadas que básicamente no
afectan a los planes iniciales, o mezclando planes que, objetivamente,
tampoco funcionan; pero es muy probable que a estas alturas, el jugador
más flojo ya esté seguro de que esa posición es de tablas y se relaje;
lo que no ha tenido en cuenta es que esa mezcla de planes, aun siendo
tablas jugando correctamente, no se refuta de igual forma, detalle que
omite y le lleva a la derrota. Este tipo de errores los suelen provocar
los que cumplen con el punto 7 de las razones puramente ajedrecísticas
explicado anteriormente.
6 – Ganar partidas ganadas. Uno de los
problemas que afectan a cualquier jugador (seguramente bastante menos a
los profesionales), pero no por ello menos importante, es el tener que
ganar partidas que ya se tienen ganadas. La razón de esto es
completamente lógica; cuando iniciamos el juego, sabemos que hay tres
resultados posibles y, descontando las probabilidades que nos otorgue
nuestra teórica superioridad o inferioridad en cuanto a ranking, los
tres son posibles; por tanto, habrá que jugar la partida y ver qué pasa.
Pero si llega un momento en el que obtenemos ventaja decisiva, justo en
ese instante, se abre otra perspectiva completamente diferente; si como
hemos dicho, nuestra valoración objetiva de la posición es de una
ventaja tal, que consideramos que solo hay un resultado posible –la
victoria-, nuestro planteamiento difiere por completo. Si el punto ya lo
tenemos (y por lógica debería ser así), en lo que reste de partida ya
no tenemos nada a ganar y sí mucho a perder, todo. Se podrá discutir que
claro que nos estamos jugando algo, el punto, pero no; ¡recordemos que
ese punto ya lo teníamos!.
Por eso, este es un momento delicado. En concreto, nos pueden acechar dos peligros distintos en cuanto al origen:
6.1 – Ajedrecístico. Si ahora, nuestro rival nos diera la mano y se
rindiera, respiraríamos aliviados; pero es muy improbable que lo haga;
en general, agotará todas las posibilidades que se le ocurran; y aunque
nosotros intentemos simplificar la posición al máximo y que lo que quede
de partida sea completamente plano (con nuestra ventaja decisiva, por
supuesto) y no se presente ninguna complicación, precisamente lo
contrario será lo que buscará con todo su interés nuestro adversario,
aunque objetivamente lo que juegue no sea lo mejor. Pero su perspectiva
es justo lo opuesto a la nuestra; jugará muy tranquilo; él ya ha
perdido; de modo que solo puede ganar; tiene las probabilidades en
contra pero la presión del rival a su favor.
6.2 – Psicológico. A
veces puede pasar que, habiendo sorteado el escollo anterior con éxito,
la ventaja se incremente; ahora por lo tanto, ya no tememos por nuestro
punto; ya es nuestro; solo falta el formalismo de tendernos la mano,
cosa que nuestro rival hará inmediatamente...o eso pensamos; pero no lo
hace y sigue jugando; no entendemos por qué no abandona el juego si está
perdido, pero al mismo tiempo de no entenderlo, también empieza a
provocar un ligero enfado, que aumenta mucho más al seguir jugando; en
la medida en que esto afecte negativamente al que ya ha ganado, puede
hacerle cometer un error de bulto y convertir una victoria en una
derrota. Sería otra variante del punto 5.2 comentado en el anterior
apartado.
En cuanto a las segundas razones, las que ahora se
analizarán, se corresponden más directamente a los aspectos de la
personalidad, tanto previos como actuales y su incidencia en la práctica
del juego.
7 – Poca objetividad. Una de las mayores
dificultades que se presentan en este juego, y además recurrente y
continua, es la de la valoración objetiva de cada posición;
efectivamente, después de cualquier jugada realizada, tanto por nuestra
parte como por la parte contraria, habrá que hacer, aunque sea
implícitamente un análisis riguroso; más aún, cuando haya habido
sorpresa en forma de alguna jugada inesperada con la que no contábamos;
en función del resultado al que lleguemos discerniremos sobre si es
posible seguir con la idea o el plan previos, o hay que modificarlos.
Si esa valoración se ha hecho de una manera correcta, las posibilidades
seguirán intactas y el curso de la partida discurrirá con normalidad.
Pero hay jugadores, que al hacer estas evaluaciones, tienden a
impregnarlas en un sentido o en su opuesto; así, habrá quien
infravalorará aspectos básicos de su deficitaria posición, llegando a la
conclusión de que está más o menos igualado o incluso mejor, y buscará
por tanto un camino hacia la victoria, cuando lo adecuado sería
defenderse. De igual modo, otros exagerarán inapropiadamente alguna
ligera debilidad, que les llevará a tomar precauciones que no son
necesarias, cuando debieran sencillamente ir a ganar.
Tanto un caso
como otro, procede en muchas ocasiones de una visión global de la vida
un tanto distorsionada, que hace que no la ajusten a la realidad.
8 – Preponderar el ranking. Con esto entendemos la importancia que se
le da en demasiadas ocasiones, al nivel previo que ostenta cada
contendiente, tanto en título como en ranking, de manera que, aún no
siendo a veces conscientes de ello, nuestra mentalidad otorga a cada uno
de los dos, su papel de favorito o víctima, o lo que es lo mismo,
ganador o perdedor y probablemente también en cuantía, determinando las
probabilidades inherentes a nuestra asignación. Aunque esto es hasta
cierto punto comprensible y normal, ya que el ranking se establece según
los méritos de cada uno, a determinadas personas les condiciona tanto,
que su misma consideración provoca el resultado que ya preveeían...y que
les lleva a la reafirmación de sus ideas para próximas ocasiones.
9 – Baja autoestima. La autoestima es un rasgo procedente
exclusivamente de la personalidad previa de cada individuo; su déficit
en tanto sentimiento de inferioridad, se manifestará en general en el
ámbito global de la vida; y también por tanto afectará a cualquier
actividad específica que se realice, pero quizás aún más en el ajedrez
por las connotaciones intelectivas que se desprenden del resultado de su
práctica. Distinguimos dos maneras directas en que se manifiesta, que a
su vez están muy relacionadas con el punto 8 anterior:
9.1 – No
creer en las propias posibilidades; a un jugador con este rasgo de
personalidad, le puede resultar muy difícil asimilar una victoria
próxima si el rival es teóricamente superior; en cuanto sea consciente
de ello, su mente le dirá que no es posible, y así, empezará a
autocondicionarse haciendo las peores jugadas posibles para reafirmar su
discurso interior. Una vez lograda la derrota se sentirá aliviado y
evitará una disonancia en su psique; así, no habrá ganado algo que no se
podía ganar; a pesar de esto, se sentirá muy satisfecho por el juego
realizado, pero no reconocerá que debía haber ganado.
9.2 – El mismo
efecto pero a la inversa se producirá cuando el jugador de más alto
nivel sea él, de manera que ahora ya no valdrá ningún otro resultado que
no sea la victoria; esto incidirá en una presión mucho más exagerada
por lograr el resultado esperado, lo que dará pie a errores que de otro
modo no se cometerían; en este caso, no es tan probable que el desenlace
sea el mismo del párrafo anterior, pero solo porque el contrincante
puede tener un muy bajo nivel.
Incluimos en este apartado una
tercera variante, que aunque puede derivarse de este problema, no es
específica del mismo, y además, puede deberse y/o añadirse a otros tipos
de trastornos que ahora no nos ocupan : La derrota como humillación. En
determinados casos, la trayectoria del sentimiento percibido puede
experimentar el camino contrario, y de esta manera, ir de la parte al
todo; la frustración por el resultado (¡y exclusivamente por el
resultado!), se extrapolaría a todo el conjunto de la personalidad,
probablemente solo por un período temporal, pero sintiéndolo como algo
insoportable.
10 – Miedo a perder. Pero no tanto a perder una
partida, sino a la consecuencia que se derivaría, caso de producirse, en
el ámbito global de la personalidad; es decir, al hecho de sentirse
perdedor respecto a la vida misma, como si una pérdida puntual se
extendiera a todo el conjunto. A diferencia del último párrafo del
apartado 9, en el presente caso no supondría un dolor intenso de corta
duración, sino más ligero y referenciado a un aspecto moral-intelectual,
y más duradero en el tiempo.
11 – Ajedrez como forma de vida. En este apartado habría que diferenciar dos modos distintos de llegar hasta aquí:
a) Niños que empiezan pronto a jugar y que ya destacan desde los mismos
inicios (independientemente de los medios con los que cuenten), y por
tanto, su progreso suele ser muy rápido; por este motivo son
posteriormente ayudados y subvencionados generalmente por sus propias
federaciones u otras instituciones relevantes; siguen mejorando su nivel
y consecuentemente participan en torneos de mayor entidad, en los que
es probable que obtengan importantes éxitos. Llegados a una cierta edad,
la decisión de ser ajedrecistas y vivir de ello parece la probabilidad
más natural sin necesidad de cuestionarse nada más; entendiendo siempre
que la gran mayoría se habrán quedado por el camino y solo unos pocos
habrán superado las diferentes cribas, a este grupo es al que nos
referimos precisamente. Es decir, se convertirán en profesionales más
por la propia inercia de sus trayectorias, que por decisiones
premeditadas. Este grupo, en todo caso, tendrá que afrontar después
otros puntos tratados con anterioridad.
b) Aquí se englobarían tanto
los que no han superado las distintas cribas antes mencionadas, como
los que, a pesar de que sus resultados les indican lo contrario, se
empeñan en intentar una dedicación plena para convertirla en modo de
vida, y para la cual no están obviamente cualificados. Estos jugadores,
tanto adolescentes como jóvenes (dependiendo en qué medida acentúen su
persistencia), serán con mucha probabilidad, los que mayores problemas
experimenten; unos porque dejarán sus estudios injustificadamente y
perderán varios años en ello, y los otros porque enfocarán su vida
erróneamente, pretendiendo vivir de un modo que no les es posible. Sean
más o menos jóvenes, el resultado solo podrá ser uno : La frustración.
Podríamos hacer un breve esquema para entender las dos posibles
consecuencias resultantes, si la importancia que le otorgamos al ajedrez
en la vida propia es total:
- Nivel máximo + Talento máximo + Forma de vida = Campeón del mundo
- Nivel medio o alto + Talento medio + Forma de vida = Frustración máxima
Aunque en el primer caso lo hemos ejemplificado como “campeón del
mundo”, también formarían parte los jugadores considerados como “élite”,
y que por tanto, en algún momento, podrían optar también a ese título.
De lo que se deduce que, en realidad, muy pocos jugadores pertenecen a
este grupo. Por supuesto, esto no significa que cualquier ajedrecista
que no llegue a estos niveles tenga que experimentar necesariamente
frustración, pero no pasará en tanto en cuanto cada uno, acepte sus
propias limitaciones. En cambio, los del segundo grupo, sí lo vivirán
así por definición, puesto que han conformado su vida con unos
parámetros poco realistas, subjetivos, y dando por ciertas unas virtudes
que no les corresponden. De esta consideración equivocada se reflejará
esa frustración, que será vivida como fracaso personal en su globalidad.
12 – Patologías. Distinguiríamos tres formas generales en que pueden
producirse y un subgrupo concreto; este último lo formarían jugadores,
normalmente aficionados, que con alguna patología previa definida, se
introducen en el mundo del ajedrez, posiblemente inducidos de alguna
forma por esa patología; es este un grupo bastante reducido.
En los otros tres tipos, nos encontraríamos, por orden de importancia:
a) Niños en principio sanos que deciden (y/o en algunos casos
influenciados) empezar a jugar por afición; obtienen más o menos buenos
resultados y probablemente por ello, se ven constantemente presionados
por sus padres; estos, además de ser sus acompañantes permanentes, se
convierten en los más implacables y rigurosos jueces de cualquier
actuación de su hijo, llegando algunas veces a extremos exagerados, y
sometiendo al niño a una enorme presión para la cual en la mayoría de
los casos, no se encuentra preparado psicológicamente, puesto que como
tal niño que es, aún está en período de formación. Estos padres
proyectan en sus hijos sus propias cuestiones no resueltas; esto, puede
ser la causa de problemas posteriores o no; pero en no pocos casos,
provocará en el niño algún tipo de repulsa hacia el juego, que acabará
dejando cuando no logre soportar la presión.
b) En segundo lugar, un
grupo de jugadores que, habiendo destacado en mayor o menor medida
hasta los 11-13 años, son ellos mismos los que se establecen una presión
inadecuada; ejercen de “padres” del grupo anterior; probablemente una
gran mayoría tienen una percepción erróneamente sesgada tanto de ellos
mismos, como de su nivel de juego y sus posibilidades futuras; de esto
se deriva una sobrevaloración de sus propias fuerzas que no se
corresponden con su nivel objetivo, tanto en juego como por edad (en
general, este grupo se solaparía con el del apartado b del punto 11
anterior); también a partir de aquí es posible desarrollar problemas o
no, pero a diferencia del caso anterior en que el causante era un
“objeto” externo con el que se podía romper, aquí el conflicto se
produce desde dentro, y por su misma etiología, resulta más difícil
combatir.
c) Finalmente, hay personas que por su estructura de
personalidad, han desarrollado unas características que conforman o
pueden hacerlo, una patología latente previa, pero que de momento, no ha
aflorado; no siempre estas personas acaban manifestando esa patología
concreta, pero lo que sí sucede frecuentemente es que emerja con algún
factor desencadenante; este factor es en general cualquier tipo de
acontecimiento o situación que conlleva una presión excesiva; y en este
punto es donde encaja perfectamente el ajedrez. Si en una personalidad
sana pero sumada a determinados factores puntuales estresantes puede
provocar algún desequilibrio, en este grupo puede producir un brote que
instaurará la patología para hacerla manifiesta.
En resumen y
como conclusión de todos los puntos anteriores, tanto en los apartados
ajedrecísticos como en los psicológicos, podemos inferir que, para
lograr progresos, habrá que prestar atención a los 2 aspectos siguientes
y ceñirse a ellos:
a) Ser objetivo, tanto en la determinación del nivel real de juego, como en nuestra personalidad; y por tanto aceptarlos.
b) Una vez determinados, ver si es posible modificar tanto uno, como la
otra; y en la medida en que se logren ambas cosas, cualquier mejora de
estos aspectos repercutirá positivamente en el juego